
La futurista creación de Luis Mansilla y Emilio Tuñón, artífices del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), ha sido galardonada con el premio Mies van der Rohe, considerado el Nobel de arquitectura. No olvidarás su original fachada compuesta por paños de vidrio coloreado, un guiño estético a las reputadas vidrieras de la Catedral. Y en el interior, un escenario cultural pleno de modernidad didáctica, de visitantes y de inquietudes.
Uno de los puntos neurálgicos del acogedor centro histórico de León es la plaza de San Marcelo, privilegiado enclave en el que germinó buena parte de la memoria cultural y sentimental leonesa. A modo de gran teatrillo de variedades, en este lugar se celebraban las antiguas ferias y abrían sus puertas los vetustos cinematógrafos. Como contrapunto solemne, el viejo Consistorio o el palacio de los Guzmanes, toda una declaración de buen gusto esculpida en piedra.
Espacio de diversión, mercados, intercambios festivos y hasta ejecuciones públicas, en una de las esquinas de la Plaza Mayor, sembrada de escaparates y fachadas que respiran tradición, encontramos una escalerilla precedida por una hilera de establecimientos con solera. Cuenta la leyenda que por tan angosto pasaje se precipitó, durante los aciagos sucesos de la guerra de la Independencia, un jinete galo con su caballo, ciego de furia y de vino ante la osadía de los patriotas leoneses que escaparon por este improvisado túnel. El dragón francés murió, al igual que la buena estrella de Napoleón se apagó en tierras españolas.
En León no existe rincón o monumento sin su correspondiente leyenda. La calle del Cid, eje principal del llamado Barrio Romántico por su aire encantador y popular, acoge en su último tramo, justo enfrente de la basílica de San Isidoro, una casona de distinguido porte señorial que fue propiedad, muchos siglos atrás y en su primera versión, del caballero don Pedro de Guzmán. La tradición asegura que aquí vivió el Cid Campeador, mientras que recientes excavaciones han sacado a la luz, en esta misma vía, vestigios de un barracón de la Legio VII, contingente imperial que contribuyó a dar forma al código genético leonés.
La Farmacia Merino está instalada en el nº 3 de la calle Ancha. Fue fundada en 1827 por una dinastía de políticos e industriales en la que destaca don Fernando Merino, ministro de Gobernación en 1910 y gobernador del Banco de España. En la rebotica se diseñó buena parte de la vida social leonesa durante el siglo XIX. De aquella época se conserva una preciosa estantería, coronada de medallones que representan imágenes de algunos personajes ilustres. Una obra de arte, cincelada por el oro viejo del pasado.
Son varios los autores que han calificado al Panteón Real de la basílica de San Isidoro como la Capilla Sixtina del románico, un estilo artístico que invita a la más íntima espiritualidad. En una atmósfera sobrecogedora, casi de catacumba, descansan distintos miembros del linaje real leonés, una dinastía que resultó decisiva en la configuración de la nación española.
Las sombras medievales se entremezclan con el sofisticado esplendor de lo nuevo en el llamado Barrio Húmedo, un lugar rebosante de vida donde lo peatonal se impone. Corazón turístico y comercial de la ciudad, la plaza de San Martín es el núcleo principal de una encrucijada bulliciosa que está diseñada para ver y ser visto. Punto álgido de las noches leonesas, bares, restaurantes y establecimientos musicales compiten por prolongar la juerga hasta que el cuerpo aguante. Tanto en el Barrio Húmedo como en el aledaño Barrio Romántico, el tapeo es un rito de obligado cumplimiento, necesariamente regado por el vino que se elabora en estas tierras.
En este lugar se alza el arco de la Cárcel, única puerta de acceso a la ciudad que aún queda en pie. Y a su vera, tan desafiante como orgulloso, el castillo de noble abolengo que fuera construido, muchos siglos atrás, como austero símbolo de una autoridad muy sensible a las glorias del pasado leonés. Tributo a los nuevos tiempos, la fortaleza se ha habilitado hoy en día como Archivo Histórico Provincial.
El alma poética de los antiguos leoneses trató de explicar, a su modo y manera, el retraso en las obras de la Pulchra leonina, excepcional sinfonía de piedra, luz y color. Así, imaginó un perverso topo que ocupaba sus noches en destrozar el trabajo cotidiano realizado por maestros, canteros y artistas. Aquel ser maligno sería finalmente cazado y destripado, figurando sus pobres restos sobre la puerta de San Juan. A comienzos del presente siglo la ciencia se encargó de desmontar la leyenda del topo, pues se trata en realidad del caparazón de una tortuga llegada desde remotos confines.
La eterna vocación hospitalaria del edificio de San Marcos, hito de la arquitectura plateresca, no fue tal para don Francisco de Quevedo, que permaneció encerrado entre sus venerables muros desde el mes de diciembre de 1641 hasta junio de 1643. Tan excepcional literato había perdido el favor real por cuestiones que al día de hoy aún no están claras, dando con sus huesos en una gélida mazmorra que fue durante meses su mísero hogar. Poco pudo disfrutar de este recinto mítico y a la vez material que despliega sus contundentes encantos a la vera del río Bernesga.
El destino manifiesto de Roma era llegar hasta lo más lejos. Hasta León llegaron las legiones imperiales, vencieron y construyeron maravillas de la ingeniería como estas murallas que, resistentes al paso del tiempo, mantienen su vocación eterna e inexpugnable. Junto a uno de los cubos resultó atropellado y muerto, en la madrugada del Viernes Santo de 1929, el pellejero Genarín, ilustre personaje que inspiró el divertido y algo canalla “Entierro de Genarín”, otra celebración a incluir en el soberbio catálogo de la Semana Santa leonesa.
Los recuerdos que guardan las calles de León adquieren un carácter de capa y espada en esta calle henchida de misterio y aventura. Si hacemos caso a la leyenda, allá por el mes de enero de 1330 se dieron de bruces en la cercana taberna del tío Joroba, un nido de rufianes, buscavidas y jugadores fuleros, el grupo de partidarios que tenía el infante don Juan Manuel en León con dos caballeros, Gil de Villasinta y Juan de Velasco, devotos del rey Alfonso XI. El desencuentro llegó al exterior, donde unos y otros intercambiaron violentos tajos de espada, hasta el punto que siete cadáveres quedaron tendidos sobre el empedrado suelo. De ahí el nombre de esta tradicional calle leonesa.
El nombre de esta calle es un homenaje al rey que fundó la capital y destaca dentro del mosaico urbano por su vistosa puesta en escena. El look de modernidad arranca en la aledaña plaza de Santo Domingo, extendiendo su protocolo de seducción por una avenida de convivencia que cobija los más cotizados activos en el tablero inmobiliario. Tiendas de lujo que venden glamour e ilusión se codean con magníficos edificios trazados a la manera clásica, configurando un organismo vivo y cambiante que reúne lo mejor del ayer y del hoy de la ciudad.
Bullicioso centro mercantil y artesano del antiguo León, cuyo nombre alude precisamente al mercado del grano que se convocaba en este bucólico rincón. Su atmósfera empapada de antigüedad tiene mucho que ver con el eterno discurrir de los peregrinos que transitaban por estos pagos de camino a Santiago de Compostela, dando forma a la gran vía por la que viajaron ideas, esperanzas y mercancías. Los fervores jacobeos han moldeado la poderosa identidad de la plaza del Grano, todo un hito dentro de la antigua Vía Láctea de los alquimistas.
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